martes, 10 de marzo de 2009

al oeste del sol


Hubo un punto, uno pequeño, insignificante, casi pasando desapercibido por mi visual, que me indicó que una vez que llegase a él mi vida cambiaría. Eso pensé mientras viajaba por la carretera, concentrado y desbastado, mirando como la naturaleza echaba a dormir el día. Las nubes flotaban sobre mi cabeza pasando una tras otra como pompas de jabón con alas, el sol apenas se descubría entre ellas y el olor a tierra mojada despertaba todos mis sentidos haciéndome sentir realmente vivo.

En ese momento de mi vida yo viajaba en la caja de una camioneta, había hecho dedo unos kilómetros antes y un buen lugareño aceptó por llevarme al pueblo más lejano. Mi vida era así, un mapa sin puntos fijos, eran totalmente variables, y el destino parecía jugar al azar con ellos. Tal vez no era lo que yo quería para mí, pero así se me presentaba la vida, era todo lo que tenía y después de aquella gran perdida que sufrí me daba lo mismo vivir en un lado o en otro, debajo de un techo o a la intemperie, tener comida o desfallecer de hambre, nada suplantaría al único amor que yo tuve en mi vida. Es que la vida tiene esos mensajes escondidos que te los entrega cuando menos uno se lo imagina; a mí me lo entregó de joven, cuando el amor corría por mis venas, cuando mi juventud hervía dentro de mí ser. Mi esposa había fallecido en un accidente, un tonto e infeliz accidente, y yo me había quedado huérfano de amor. Duele, duele terriblemente porque es un mensaje instantáneo y duro que no escatima dolor en absoluto. El día que me dieron la noticia no dudé un instante en suicidarme, tomé el cuchillo de la cocina y cuando ya lo tenía casi introducido en mi corazón el oficial de policía que me había dado la noticia detuvo mi mano, me quitó el cuchillo, llamó a una ambulancia y terminé despertando en el hospital del pueblo. No había podido suicidarme, había fallado, le había fallado, no pude acompañarla.

La vida siguió. Abandoné todo. Nada quedaba, ni amigos, ni familia, ni trabajo, ni relaciones sociales, nada, todo lo que unía a ese mundo era un delgado hilo que tan solo ella generaba y del cual yo pendía; pero claro, ella ya no estaba. Me aboqué a deambular sin preocuparme por mi vida. Conocí a muchas personas, muchas vidas, muchas relaciones y disfruté de interminables vivencias. Me convertí en un nómade en mi propio país, en mi propia tierra, me construí un mundo propio cargado de infinitos recuerdos y el amargo sabor de la soledad, esa que nunca se apartaba de mí, y que siempre asistía a mi lado con una fidelidad y frialdad obstinada. Pero en aquel viaje, mientras el aire me pegaba de lleno en la cara y la camioneta comía kilómetros y kilómetros de ruta, al observar el camino comprendí que debía parar, que ya había sido suficiente y por más que deambulara hasta el día de mi muerte ella nunca volvería… y si volviese, tal vez ya no sería la misma, o yo el mismo, o ambos totalmente distintos.

Golpeé el vidrio del conductor, le hice seña que parara y me dejó en el camino al borde de la ruta. Miré a mí alrededor, aspiré hondamente aire puro, miré al cielo, miré la copa de los árboles hasta el horizonte, vi como la cinta asfáltica se perdía en la lejanía y tras mirar de derecha a izquierda y pensar cual camino seguir opté por el derecho. No sabía si ese era el indicado, si estaba correcta mi elección, pero más allá de eso yo había elegido, había optado por algo después de tantos años de estar perdido y a la deriva. Ajusté mi mochila a mi espalda y comencé mi camino hacia la derecha, al lugar donde se encontraba el punto que me permitiría nacer de nuevo y volver a ser un hombre similar al de antes. Caminé y caminé hacia ese punto, caminé hacie el oeste del sol.

6 comentarios:

  1. Yo no entendi nada por que yo no ablo español.pero la trilla sonora es muy buena

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  2. La vida ...te cambia a una décima de segundo...y volverá a cambiar.
    Podemos poner de nuestra parte, pero a veces resulta lento y penoso trabajo.

    Saludos cordiales

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  3. Bellísimo relato!!! Pasé por una situación muy similar,con mi hijo, y despues de andar muerta en vida me dí cuenta que tenía que vivir por los demás pero 1º por mí en homennaje a mi hijo. Buena elección la que hiciste. Parar y volver a comenzar, pero distintos.La vida te deparará muchas alegrías,ya verás.Gracias por pasar por mi rincón .Besos.Pilar

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  4. Fabricio, no importa, al menos te deleitaste con Sinatra.

    Saludos

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  5. Morgenrot, es como tú dices, la vida cambia a cada instante y a veces ese cambio es lento y penoso y otras veces feliz y fugaz.

    Saludos

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  6. Sra Pilar, no sé que sea lo que vivió con su hijo pero me imagino por su comentario que fue algo que la marcó mucho. El poder de parar y volver a comenzar debe ser uno de los tesoros más buscados en la vida.
    Encontré su rincón deambulando y leyendo blogs, me pareció interesante y comenté. Ha sido un placer.

    Saludos

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