sábado, 21 de marzo de 2009

intermitencias nocturnas de una vida cualquiera (2.)


No sé en que preciso instante me dormí pero caí rendido y no opuse resistencia. Tengo la lejana sensación que me acurruqué en el sofá y me tapé con la campera. La oscuridad se sentía fría y la madrugada acechante.

Una vez en el limbo de los sueños me encontré sentado en un bar. De fondo se escuchaba buena música, me sentía cómodo y estaba muy a gusto en aquel lugar aunque nunca supe que estaba soñando, todo parecía tan real, tan a mi gusto que más de una vez entré al baño, me lavé la cara, y mirándome al espejo escudriñaba palmo a palmo mi rostro intentando encontrar algo que me delatara si pertenecía al mundo de los vivos o al de los muertos. Ni a uno ni a otro, sin saberlo pertenecía al mundo de los sueños, estaba atrapado en él.

Me senté en una esquina y pedí al barman un whisky doble. Observé cada persona que entraba al bar y sin darme cuenta al rato caí en la cuenta que una mujer joven y bonita me observaba desde la otra punta de la barra. Su pelo era lacio y caía sobre su espalda, sus facciones eran bellas y tenía elegancia para sorber de su copa y mirarme de soslayo. Por un instante creí reconocer su rostro, pero no estaba seguro. Si era quien yo pensaba, hacía muchos años que no la veía, ni había sabido tampoco nada de su paradero, pero podía ser, no hay cosas imposibles para el destino. Me mantuve en la barra durante un buen rato, sin moverme, mirándome de soslayo con ella.
En un momento dado se deslizó del taburete y se acercó a mi lado apoyando su copa al lado de mi vaso. Se sentó y recorriendo con su dedo índice el borde de su copa esbozó una pequeña sonrisa.

- ¿Aún no me has reconocido?... me imagino que no, es que ha pasado tanto tiempo –me dijo sin siquiera mirarme.
- No, no sé quien eres. Sí puedo decirte que desde que te he visto algo en ti me ha llamado la atención pero no puedo descifrar qué en realidad.
- No te apabulles, pon tú mente en blanco y solo rescata un único recuerdo.
- ¿Cuál?,-le pregunté.
- Una tarde soleada frente a la vera de un río, justo en un campo de amapolas. Una mujer y un hombre haciendo el amor. Una mujer y un hombre deseándose hasta el hartazgo. Tú y yo en nuestra adolescencia… ¿lo recuerdas ahora? –dijo mirándome profundamente a los ojos.
- ¡Claro!, ¡sí!, ¡ahora lo recuerdo!, ¡eres tú!, ¡qué tonto he sido! No supe que más decirle, me quedé estupefacto mirándola.

Habían pasado tantos años y jamás la había vuelto a ver. Nos quedamos contemplándonos un buen rato, sin decirnos nada, solamente escudriñándonos lentamente y en silencio. De a poco aquel bar fue despoblándose, a la medianoche ya no quedaba casi nadie, tan solo el barman y un par de mozos somnolientos.

- Me tengo que ir -me dijo mientras guardaba su boquilla y su encendedor en la cartera-, ya es tarde y ya es hora que regreses.
- ¿Tarde?, ¿regresar?, ¿adónde?... además hace años que no te veo y quisiera saber más de ti, de tú vida, de tus cosas, quisiera que no te fueras.
- Lo sé, pero en la vida muchas veces no se hace lo que se quiere, lo sabes.

Sin más tomó su cartera, bajó del taburete y tras atravesar la puerta de salida del bar me dirigió una media sonrisa y una mirada tan penetrante que aún me produce una sensación gélida en mi piel. No volví a verla. Me tomé un par de whiskys más y escuché como la lluvia comenzaba a caer. Salí del bar y me encontré frente a una noche cerrada en la cual llovía copiosamente, una ancha avenida dejaba ver un par de viejos automóviles de los años 40 por sus carriles y un par de transeúntes corrían a guarecerse. No entendía nada. La época, yo, el sueño, lo real, ella, la lluvia, nada parecía tener cordura, nada.

Me paré un instante debajo del farol de mercurio que iluminaba el frente del bar y observé las gotas de lluvia descender desde el oscuro cielo. Caían golpeando mi rostro, la sensación era vívida, se sentía real, yo estaba allí, vivo, sintiendo aquello. Cerré mis ojos y abrí mis oídos. Las gotas caían por doquier produciendo efectos sonoros increíbles, mi olfato inmediatamente se activó y el olor a humedad del aire embriagó mis pulmones. Sonreí. Acaricié lentamente mi pecho y me supe vivo.

Al abrir los ojos estaba sumido en una gran oscuridad. Tan solo pude observar como las luces de los departamentos de los edificios vecinos continuaban encendiéndose y apagándose. Era de madrugada, yo estaba en mi departamento. Mi mano tenía un perfume de mujer exquisito, mi piel estaba erizada, mis sentidos confundidos. En una noche cualquiera, una vida cualquiera como la mía había vivido algo increíble que parecía tan real como mi existencia misma. Volví a acurrucarme en el sofá. Me dolía la cabeza y estaba empapado en sudor. Suspiré. Me quedé observando la ventana y como las vidas seguían viviendo sin saberse unas de otras en aquellas luces que se encendían y apagaban a lo lejos. Recordé a la mujer del sueño, o de lo que no había sido un sueño, y no me sentí solo. Abracé el brazo del sofá y casi sin quererlo volví a dormirme. Ahora ya las mesas estaban apiladas, el barman se había ido, los mozos reían en la cocina y yo estaba agazapado en un rincón a plena medianoche.

2 comentarios:

  1. Espero que el viento sea suficiente para llevarte mi palabra...
    Hermoso relato, lo disfruté mucho.
    Gracias por pasar.
    Un beso.

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  2. Ro, un gusto que pases por mi blog. Después de leer algunos de tus textos me gustó como escribís. Soy un poco exigente en eso, me refiero a la hora de decirle a alguien que escribe bien según mi gusto, y tú manera me ha gustado. La historia de las dos chicas y el descubrimiento de su sexualidad de una manera un tanto homosexual superó mi expectativa.

    Un gusto que pases por mi blog.

    Saludos.

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